El jeet kune do es, probablemente, el gran legado que dejó Bruce Lee a la humanidad. De alguna manera, todo su camino vital, todos sus aprendizajes, todas sus influencias, en las artes marciales y en la filosofía, se encontraban ahí. No se trataba tanto de un sistema de defensa, como, en palabras de él mismo, “un arte de ataque basado en el desarrollo de las propias habilidades”. El jeet kune do sería un modelo de artes marciales basado en firmes conceptos filosóficos que reúne una serie de técnicas de combate diseñadas para desarrollar no solo el cuerpo, también la mente, sin estar ligado a parámetros y limitaciones.
Este último punto resulta clave para su relación directa con los pasos que Bruce Lee tuvo que dar antes de llegar a una cima efímera. Porque el actor fue siempre un asiático en un mundo de caucásicos racistas que lo despreciaban. Así eran la Norteamérica y el Hollywood de los años 60 y 70 (tampoco ha evolucionado tanto la cosa). Un oriental nunca podría triunfar en la meca del cine, y eso fue un motor para este hombre hecho a sí mismo, que se levantaba cada vez que lo tiraban al suelo, y que creía firmemente en adaptarse, como el agua.
El agua es la sustancia más blanda de la Tierra, pero puede penetrar la roca más dura. No la puedes coger, no puedes golpearla o herirla, así que intenta ser blando como el agua, y flexible, y tener profundidad ante el oponente. Sé agua, amigo mío
En un momento de una entrevista televisiva en el The Pierre Berton Show, después reconvertido en popularísimo spot publicitario, Bruce Lee hablaba de sus bondades: “El agua es la sustancia más blanda de la Tierra, pero puede penetrar la roca más dura. No la puedes coger, no puedes golpearla o herirla, así que intenta ser blando como el agua, y flexible, y tener profundidad ante el oponente. Sé agua, amigo mío”.
La suya es una historia de eterno retorno, a Hong Kong y a los Estados Unidos. Y de una eterna búsqueda del elemento clave que hiciera estallar un sistema racista para conseguir su propósito. Dice la leyenda que afirmó que quería ser “una estrella más grande que Steve McQueen y James Coburn juntos”. No era casual que se comparara con este par de machos alfa, los conocía bien como alumnos de la escuela de artes marciales que abrió en Los Angeles y que también frecuentaban celebridades como James Garner o Kareem Abdul Jabbar.
Bruce Lee había nacido, casi por accidente, en el barrio chino de San Francisco, el año 1940. Su embarazada madre había acompañado al padre, en una gira de su espectáculo de ópera cantonesa. Lee Hoi-Chuen era bastante conocido en su Hong Kong natal, también como actor de cine. Eso ayudó a que, desde niño, Bruce ya apareciera en películas hongkonesas y creciera entre bastidores en los teatros.
Había rodado un puñado de filmes acreditado como Lee Siu Lung (en cantonés) o Li Xiao Long (en mandarín) y ganó cierta popularidad como actor infantil. Después llegarían sus clases del arte marcial wing chun, pero la disciplina se acababa entre las paredes de la escuela (lo expulsaron repetidamente) y a las calles, donde participaba en peleas entre bandas. Paradójicamente, quién lo diría, daba clases, e incluso ganó un concurso, de cha-cha-chá. En todo caso, los padres vieron las orejas al lobo, le pusieron cien dólares en el bolsillo y lo enviaron de retorno a los Estados Unidos, donde aterrizó con 18 años, encontrándose con un país que miraba con recelo y violencia a negros y orientales.
Hollywood, parte 1
La primera oportunidad al audiovisual norteamericano llegó con la serie The Green Hornet, adaptación de un cómic donde formaba pareja justiciera con el protagonista. Lee consiguió que su personaje, inicialmente el chófer del héroe, acabara ganando peso en las tramas. Pero la audiencia no respondió del todo, y se canceló. Fueron tiempos complicados para un Lee que se concentraba en su escuela, en papeles esporádicos (en Marlowe, un detective muy privado o en la serie Longstreet) y como coordinador de escenas de acción en filmes como La mansión de los siete placeres.
La primera oportunidad en el audiovisual norteamericano llegó con la serie The Green Hornet.
Una llamada del productor Raymond Chow lo cambió todo, y Bruce decidió volver a Hong Kong con su familia para rodar Karate a muerte a Bangkok (1971), Furia oriental (1972) y La Furia del Dragón (1973), que él mismo escribió y dirigió. Son las tres películas que 1) confirmarían su estatus en Hong Kong y 2) harían que Hollywood lo volviera a reclamar. Sus patadas voladoras, sus movimientos hipnóticos y su carisma convirtieron estos tres filmes en iconos del género de las artes marciales.
Sus patadas voladoras, sus movimientos hipnóticos y su carisma convirtieron estos tres filmes en iconos del género de las artes marciales.
Hollywood, parte 2
Todavía lo petó más la producción norteamericana Operación Dragón (1973) que, con una recaudación de casi cien millones de dólares de la época, fue un éxito brutal que Lee no vivió. Porque, diez días antes del estreno, una migraña le hizo ir a dormir una siesta. Ya no se despertó nunca más. Aunque se explicó que la causa de su muerte fue un edema cerebral provocado por el analgésico que se tomó, las teorías conspirativas no dejaron de aparecer con el paso del tiempo.
Operación Dragón, con una recaudación de casi cien millones de dólares de la época, fue un éxito brutal que Lee no vivió.
Se habló de una revancha de una tríada, o de la mafia italiana. Se dijo que lo había matado una prostituta después de que Lee se pusiera violento después de tomarse unos potentes afrodisíacos. Se comentó que la razón de su muerte fue una hiponatremia (una ingesta excesiva de agua) que le provocó una intoxicación fatal en los riñones. Incluso, planeó la loca teoría de una maldición, reconfirmada cuando su hijo, Brandon, moría en pleno rodaje de El Cuervo, cuando se disparó un tiro a la cabeza con una pistola que se suponía que no estaba cargada.
Luces y sombras de un hombre temperamental, con carácter, y una autoconfianza insultante, que no temió enfrentarse a un Hollywood racista, que siempre quiso hacer las cosas a su aire.
Admirado como actor, pero también como filósofo, be water my friend, nuestro hombre tenía una cara más oscura, si hacemos caso a Quentin Tarantino, que a la maravillosa relectura de la historia que hizo con Érase una vez en… Hollywood lo mostró como “un gilipollas arrogante”. O así lo percibió la hija de Lee, Shannon, después de ver el filme, elevando su percepción a queja pública. El director defendía su visión: “Los especialistas lo odiaban, Bruce los trataba sin ningún respeto”. Luces y sombras de un hombre temperamental, con carácter, y una autoconfianza insultante, que no temió enfrentarse a un Hollywood racista, que siempre quiso hacer las cosas a su aire.
Marcharse pronto asegura un lugar en el Olimpo, el hombre se convierte en leyenda. En su caso, agua.
En el momento de su muerte, el 20 de julio de 1973, Bruce Lee tenía 32 años, y encajó perfectamente con aquello de “vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver”. Como James Dean, como River Phoenix, como Heath Ledger. Marcharse pronto asegura un lugar en el Olimpo, el hombre se convierte en leyenda. En su caso, agua.
Produced in association with El Nacional Es
Edited by Alberto Arellano and Newsdesk Manager
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